Elsevier: el interruptor de las publicaciones científicas

Por Cesar Antonio Chumbiauca - agosto 22, 2017

(Imagen: Dom McKenzie). 
Hace unos meses Gisella Orjeda Fernández renunció a la dirección del Concytec. Una de sus razones fue que la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) se había negado a pagar los 11 millones (no dijo soles o dólares) que cuesta la suscripción anual a la base de datos Scopus y ScienceDirect. Como se sabe, estas bases de datos son valiosas para los científicos por contener publicaciones de alto prestigio académico. Sin embargo, la transnacional que provee estos recursos ha recibido críticas por concentrar el conocimiento científico de forma restrictiva. Nos referimos a la multimillonaria editorial británica Elsevier. Stephen Buranyi, del diario inglés The Guardian, ha removido el tema con un reportaje titulado Is the staggeringly profitable business of scientific publishing bad for science?

Se dice que el negocio de las editoriales académicas, a pesar de ser un mercado especializado, es tan rentable como la industria del cine. Buranyi escribe: “En 2010, la rama de las publicaciones científicas de Elsevier reportó ganancias de £724 millones de libras sobre £2,000 millones en ingresos. Era un margen de 36%: más alto que el reportado por Google, Apple o Amazon en un año”. Gracias al historiador Alberto Loza Nehmad contamos con la traducción del artículo de Buranyi. Se llama El lucrativo festín de las editoriales científicas: bibliotecas, científicos y gobiernos pagan la cuenta. El título da en el clavo. ¿Cuál es el modelo de negocio de Elsevier?

Los científicos crean su obra bajo su propia dirección -financiados en gran medida por los gobiernos- y se la entregan gratis a las editoriales; la editorial paga a editores científicos que juzgan si la obra es digna de publicación y revisan su gramática; pero el mayor bulto de la carga editorial -revisar la validez científica y evaluar los experimentos, un proceso conocido como revisión por pares- es hecho por científicos que trabajan voluntariamente. Las editoriales venden luego el producto de vuelta a bibliotecas financiadas por los gobiernos y a bibliotecas universitarias, para que sea leído por los científicos, los cuales, en un sentido colectivo, fueron quienes crearon el producto.

Es como si el New Yorker o The Economist exigieran que los periodistas escribiesen y editasen sus trabajos gratis, y le pidieran al gobierno que pagara la cuenta.

Lo interesante del artículo es que nos ofrece un recorrido por la historia no solo de Elsevier, sino de su antecesor, Pergamon, y su paladín Robert Maxwell. A puertas de 1950 este señor trabajaba para la editorial Butterworths, una empresa asociada a la alemana Springer. Pero Butterrworths dejó de funcionar después de unos años y Maxwell, con su socio Paul Rosbaud, la compraron y le cambiaron el nombre por Pergamon Press. Se dice que Rosbaud fue quien empezó con el estilo de concentrar publicaciones científicas y Maxwell fue aprendiendo: “Todo cuanto necesitaba hacer era convencer a un académico prominente de que su particular campo de estudio requería una nueva revista para mostrarse apropiadamente e instalar a esa persona en la dirección. Pergamon empezaba luego a vender suscripciones a bibliotecas universitarias, las cuales súbitamente empezaron por entonces a tener mucho dinero del gobierno para gastar”. Así fueron progresando y liderando un mercado que hasta 1959 superaba a una emergente Elsevier. Aunque los científicos e investigadores miraban mal cómo funcionaba tal negocio, Maxwell tenía un carisma y un poder de convencimiento que lograba que un detractor cambiara de opinión. Claro, los invitaba a festines lujosos. Sin embargo, quienes sí notaban el problema con claridad eran las bibliotecas universitarias, pues se veían amarradas a suscripciones de alto presupuesto. Pero la ambición que hizo grande a Maxwell también lo arruinó por apostar mal en otros negocios. En 1991 vendió Pergamon a Elsevier por £440 millones de libras y al poco tiempo, de un modo misterioso, apareció ahogado cerca de su yate en Islas Canarias.

Y las cosas continuaron su rumbo. Buranyi afirma: “Si el genio de Maxwell estuvo en la expansión, el de Elsevier estuvo en la consolidación. Con la compra del catálogo de Pergamo, Elsevier pasó a controlar más de 1,000 revistas científicas, lo que la hacía, de lejos, la más grande editorial del mundo”. Luego vino la era de Internet y se pensó que caerían las grandes transnacionales con la información compartida en la web. Pero en ese momento inicia lo que Maxwell predijo en 1988, “que en el futuro solo quedaría un puñado de compañías editoriales inmensamente poderosas, y que ellas continuarían sus negocios en una era electrónica sin costos de impresión, dirigiéndose casi a la ganancia pura”. Nacen entonces bases de datos como Scopus y ScienceDirect que almacenan a cientos de revistas en un solo portal a cambio de una suscripción millonaria. Así se explica nuestro problema. El Estado peruano no ha desembolsado la suma de 11 millones y nos corresponde estar al margen de lo mejor de la ciencia por reglas del mercado: “…paga, y las luces científicas siguen encendidas, pero rehúsa pagar, y hasta una cuarta parte de la literatura científica se apagaría en cualquier institución”.

Ante esta situación, no nos queda más que seguir apostando por el Acceso abierto, pero a consciencia, con contenidos de calidad. Porque el conocimiento no le pertenece a las corporaciones solamente, le pertenece a la humanidad y sirve para encontrar soluciones a las enfermedades o para desarrollar políticas en beneficio de la sociedad. En todo el mundo el movimiento del Acceso abierto defiende la información libre porque considera que su fin es ser compartida y no vendida.

César Antonio Chumbiauca

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